Dicen que no hay amor más grande que el amor de una madre por sus hijos, y es cierto, lo comprobé el día que me enteré de tu presencia, en el día en que me enteré que tendría la dicha de ser madre.
Nunca creí amar de esta manera, así sin conocerte, te convertiste en el amor de mi vida. Cuando supe de ti, experimente esa clase de amor que es capaz de superarlo todo, esa clase de amor que te dibuja la sonrisa por el simple hecho de saber que nunca más volverás a estar sola.
Cuando escuche tus latidos por primera vez, descubrí que lo que antes llamé felicidad no fue nada comparado con lo que sentí aquella vez, ver tu cuerpecito en el monitor, me hizo comprender la belleza y la perfección que significa ser mujer; la capacidad que tenemos de crear, de amar, de dar vida.
Fuiste creciendo dentro de mí y te convertiste poco a poco en el mejor de mis sueños, hablar contigo se volvió mi actividad preferida, imaginar tu carita, tus ojos, tu boquita, el tono de tu risa.
Esperaba ansiosa tu llegada, conocer el color de tu mirada, pasaron los meses observando como mi cuerpo cambiaba, disfrute tanto tenerme en mis entrañas y me dedique a tejer entre estambres nuestros sueños, decoré tu habitación, y supe que en adelante sería yo la responsable de velar por tu felicidad, de hacer realidad tus sueños, de enseñarte el camino, de construir tus anhelos.
Y como olvidar el día en que por fin te conocí, la emoción que sentí cuando por primera vez te vi. Toque tu rostro suavecito, te abrace a mi cuerpo y supe que nunca más quería estar lejos de ti.
Te hice la promesa de cuidarte ,de hacerte sonreír, de construirte un mundo en el que fueras feliz, y es que si fuese necesario, daría la vida entera por ti.
Te convertiste en mi motor, en mi esperanza y tu risa en mi debilidad, tu carita tierna y tu tierna voz mi mejor regalo cuando aprendiste a decirme “mamá”
Tú el amor de mi vida, mi impulso, mi fe, mi alegría.
Autor: Laura He - sermejorpersona.com
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