La seducción que sentía por la idea de que la expresión personal debía ligarse a un aislamiento físico y espiritual se hizo más aparente, de magnitudes increíbles, y aun así, todavía sublime.
El interés de Friedrich por la naturaleza queda claramente evidenciado en otras de sus obras. Ejemplo de ello es Acantilados blancos en Rügen, pintado en 1818, que retrata a un hombre en pie y una mujer sentada, mirando el panorama, mientras que otro hombre, arrodillado, mira por encima del borde de un vasto y alto acantilado que lleva al océano infinito. Ambos cuadros fueron ejecutados durante el año de su viaje de bodas a Rügen. Los cuadros de esta época evocan la contemplación y la interrogación.
El hecho de que el viajero se encuentre de espaldas y no pueda vérsele la cara, ha sido objeto de análisis e interpretaciones. De esta forma el autor impide que la fisonomía del personaje anónimo distraiga la atención del paisaje.
Al mismo tiempo, el no tener rostro transmite mejor la idea de la disolución del individuo en el «todo» cósmico.
Las figuras no representan individuos concretos. Y la naturaleza serviría de proyección a los sentimientos del espectador.
El hecho de que el viajero se encuentre en el centro de la pintura, además, indica que está en posición de dominación. Sin embargo, el llevar un bastón, quizá para facilitarle la ascensión, apunta a cierta debilidad.
El viajero se encuentra solo. Todo indica que no hay otra presencia humana. Se percibe en el individuo aislamiento y soledad.
Simbolizaría, en fin, al ser humano que concibe su vida terrena (la montaña a la que corresponde la masa rocosa en primer plano) como un preludio a la vida eterna (el mar de nubes).
La postura indicaría que domina la vida de este mundo y mira al más allá con admiración esperando que le llegue una vida eterna.
Las rocas entre la montaña en la que está el viajero y el fondo simbolizarían la fe del ser humano. Las montañas del fondo representan la vida eterna futura en el Paraíso.
El mar de nubes en sí se ha entendido también como alusión a la divinidad, estando el ser humano entre la naturaleza (la montaña del primer plano) y Dios (el mar de nubes).
Otras interpretaciones aluden a que el mar de nubes representaría la inmensidad del universo frente a la pequeñez del ser humano. El ser humano no es nada ante la naturaleza, se evoca la pequeñez del ser humano frente a la naturaleza.
La naturaleza se regenera, pero el ser humano es mortal. Se pretende transmitir el sentimiento de lo sublime, la impresión de magnificencia y sobrecogimiento que produce la naturaleza en toda su grandeza.
El varón de espaldas parece recordar, sumido en su contemplación, a algún difunto o su propia mortalidad.
Finalmente, cabe apuntar que también se ha hecho una interpretación política y nacionalista de esa obra. En efecto, durante las guerras napoleónicas se logró cierta unificación de los estados alemanes, perdida después del Congreso de Viena Friedrich expresaría la espera de una Alemania libre y mejor. En este sentido, el caminante no sería Friedrich, sino un caído en las guerras de liberación. Por ser un símbolo político, viste la típica levita alemana, prohibida en 1818.
Finalmente, cabe apuntar que también se ha hecho una interpretación política y nacionalista de esa obra. En efecto, durante las guerras napoleónicas se logró cierta unificación de los estados alemanes, perdida después del Congreso de Viena Friedrich expresaría la espera de una Alemania libre y mejor. En este sentido, el caminante no sería Friedrich, sino un caído en las guerras de liberación. Por ser un símbolo político, viste la típica levita alemana, prohibida en 1818.
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