martes, 25 de septiembre de 2012

NAVEGACIÓN DE IDA

Por la tarde, en los vidrios que obstruyen la mirada a la noche invadida por las alas sin sueño,
te he gritado, con los labios hendidos a golpes de nostalgia, 
con mil cargas de alcohol y dinamita, 
con los dientes dolidos por el resuello de las ingles, 
y en medio de mis muslos, 
el semen no vertido para poder un día final de gota condolida, 
puño tras puño hasta integrar la bofetada, 
para después de tantas languideces gritar con los pulmones reventados.

Aquí estoy, roto, disperso, tenso, inútil. 
Sitiado de recuerdos que nos sirven en la cama. 
Perforado de ausencia, 
comido de infortunio, 
profiriendo carajos, 
yendo al cine, 
acostándome en hembras que son otras, 
inyectándome el ansia de esperanza sin fondo, 
asistiendo a conciertos. 
Burgués culto y urbano, 
urdidor de palabras, 
desposeído de tus labios, 
sin tus senos gemelos que bailan rock and roll y me entusiasman arbolado que los acompaña. 
Sin tus cabellos barbaros y tu piel de piel roja, 
tus ojos azorados cuando estallo en demencia, 
tus largas avenidas telefónicas, 
tu mal inglés, 
tu labio inquebrantable, 
la idización que lanzas de tu cuerpo cuando enciendo mis voces inmortales, 
para tener en ti la tregua de mis venas, 
la paz enajenada de mi orgasmo.

Debo gritar, 
aullar, 
bailar hasta aturdirme, 
esposarme en mujeres que son otras, 
decir palabras doctas, 
ir a cocteles, 
desandar el viejo maderamen de mis huesos 
que se hacinaron todos de vehemencia para darte la médula del mundo.

Hay hoteles, 
dinero, 
amigos sin conexos. 
 Hay tus cartas, 
los núbiles aviones, 
el parque que te vió, 
las azaleas, 
el balcón detenido en instantánea, 
cuando cruzaste la pierna para un retrato póstumo. 
He comprado flores, 
flores secas, 
sin pistilos ni pétalos. 
Oigo las campanas de una tarde caída, 
del desplome rabioso de una vida que se quedó con sombras y con hambre. 
Oigo los pájaros que anidan, 
los coches de catástrofe.

Estoy solo en la cueva de mis ojos pensando en ti, 
mordido por tu ausencia, 
corroído en el llanto que me sale en las líneas de la mano.

Hay naufragas estrellas, 
son planetas, 
son estampidas reales de algún dios que no vimos. 
No sabemos.

Yo estoy solo, 
me duele el esqueleto, 
me baila el corazón por todo el cuerpo, 
se me quiebra el cerebro, 
se me nubla la sangre. 
Mi corazón alguna vez sirvió de altar de lumbres, 
hoy es escombros, 
gargajos, 
alaridos y ruina.

Pergeño con los dientes y con la rabia estos versos. 
Los árboles me ignoran, 
la tarde larga y límpida prosigue. 
Me levanto, 
me asfixio, 
escribo mis palabras, 
digo lo que me habita que es la nada. 
No está, 
todo pasa, 
nunca estuvo.

Puedo verte y desearte con tu andar de medusa bondadosa. 
Tu boca presta para todo beso, 
tus senos en mis manos, pero ahora lejanos. 
Tu casa tiene techo de dos aguas, 
yo me mordí las voces para adentro desde un coche.

Los Ángeles es un lugar que se fue yendo a todas partes, 
hasta encontrar que tu lo habilitabas de resumen del mundo, 
de muelle óptimo de mi alma. 
 Estuve en San Francisco; 
desde sus puentes te grité en las cavernas de mi piel, 
te poseí en las playas con la resaca en alto, empavesada. 
China Town es un bello responso de tu nombre, 
que estaba urdido en cada esquina, 
y al que iba yo trepando en cada calle para alcanzarte en los tranvías, sentada al sol de junio.

Hacia allá está Japón, 
hacia otra costa llena otra vez de arena, 
de navíos de metal y chimeneas de humo, 
hacia allá mis ojos te verán de ojos oblicuos. 
Pero tu estás aquí, a un brinco sólo de un jet con azafatas,
 a una sola respiración de cualquier tarde, 
a un crujir de turbinas que enmarañan tu pelo.

Mientras cruzo las nubes, 
bebo vodka, 
platico, 
tomo fotos 
y desciendo en fugaces aeropuertos, 
en donde cada anuncio es tu retrato.

No quiero terminar, 
me falta decir todo, 
decir que en cada poro de tu sangre, esta mi sangre huérfana gritando. 
El filo de tus dientes, 
la esbeltez de tu lengua, 
tu cintura, 
tus muslos, 
las palomas que flotan en tu aliento. 
La inquieta mansedumbre que te brota, 
tu voz ondula, 
tus senos hacen geometría, 
tus manos escudriñan el pozo del amor y la locura.

Mi voz está conmigo, 
mi sustancia se ha ido a acurrucar en un remanso dolorido que no ha llegado a término. 
La noche me penetra, 
las estrellas apuntan en el cielo, 
hace viento, 
hace rocío, 
hace luz, 
hace mañana, 
hace infierno y tinieblas, 
tengo frío. 
Tengo frio de tus muslos, 
estoy gélido y yerto. 
Soy un seco carámbano sin rumbo.

Las aguas se abren, 
el abismo me orienta, 
sube la marea. 
Hay que partir, 
volver, 
nunca volver. 
Hay que buscarte.



Ernesto de la Peña















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